Blogia
carlosmartinez

Phenomena: Vértigo

Este viernes Phenomena comienza un ciclo de cuatro películas dedicado a uno de los grandes genios de la historia del cine, un británico que revolucionó el cine policíaco y que se le conoce como el mago del suspense. Con ustedes, Alfred Hitchcock:

Aunque llamarlo mago del suspense es quedarse corto en un director que dominó como nadie la comedia (aunque solo hiciese una no policíaca en USA, Matrimonio original) el romanticismo (varios de los mejores besos de la historia del cine se los debemos a él), el tempo narrativo (gracias en parte a estar casado con una genial editora llamada Alma Reville) y el encuadre (probablemente autor de los mejores insertos de la historia), un formidable director de actores (aunque dijese que eran como ganado) y un creador de unos cuantos personajes absolutamente perturbadores, incluidos los buenos. Solo apreciado en principio por la crítica americana como un hábil director de cine de género (alguna metedura de pata es histórica), tuvo que llegar la Nouvelle vague para ponerlo en el lugar que se merecía, empezando con un François Truffaut que le dedicó el que probablemente el mejor libro sobre cine que se ha escrito.

Como el maestro siempre hacía como mínimo un cameo en cada una de sus películas, junto al cartel de cada película del ciclo incluiré el que hacía. Y empezamos con la que es sin duda su obra cumbre:

Vértigo:

 

 

 

Sorprendente, pero completamente cierto. La considerada por muchos mejor película de la historia del cine recibió seguramente en su estreno varias de las peores críticas de la carrera de Hitchcock, la calificaron de disparate rebuscado sin sentido, no supieron ver lo que había hecho el maestro. Porque como pasaba en el cine americano, se quedaron en el argumento policíaco. Vértigo es mucho más, una película aberratadoramente romántica, y un filme sobre la obsesión de un personaje torturado (aparte de por el vértigo, como suele pasar con el maestro por otras cosas, en la novela es impotente, y el maestro también juega con los símbolos fálicos y una posible necrofilia) por una mujer que no existe, claramente inspirado en la historia de Pigmalión.

Partiendo de una novela de los autores de Las diabólicas (en la que había estado interesado Hitchcock; Truffaut dice que Boileau y Narcejac escribieron expresamente De entre los muertos para el director británico, cosa que los autores niegan), Hitchcok encontró primero el actor perfecto, un James Stewart más grande que nunca (su actor fetiche junto con Cary Grant, cuatro filmes cada uno), pero a punto estuvo de equivocarse en la elección de la protagonista. Por una vez no estoy de acuerdo con el genio: bendito embarazo el que hizo que a Vera Miles la sustituyese la estrella de Columbia Kim Novak, porque Miles me parece un error, no da el tipo fantasmagórico y gélido del personaje en la primera mitad del filme y tampoco el chabacano de su segunda aparición. Novak es Madeleine, y hace la interpretación de su vida.

Y el otro elemento clave de la película es la banda sonora. Bernard Herrmann hace una maravilla, nunca ha estado más wagneriano, romántico y obsesivo como en el misterioso tema inicial (prodigiosos títulos de crédito del gran Saul Bass, las espirales se clavan en la retina como lo hará ese moño que lleva Novak) y en el tema de amor. Viniendo de un genio de la composición, es quizás también la mejor banda sonora de la banda de la historia del cine.

La película está llena de hallazgos y de escenas inolvidables, pero como he dicho antes, Hitchcock es el rey de los besos, tiene aquí dos inolvidables, el de al lado del mar y el de 360 grados cuando ya sabemos qué oculta Novak y falta poco para subir a un campanario que es casi el asesino de la película. Obra maestra, que se estrenó con un final alternativo en San Sebastián (donde siguiendo con la ceguera del estreno, solo se llevó el premio de mejor actor), desechado después por Hitchcock, pero con el que se estrenó en España, un creo que innecesario epílogo, donde se explica la detención del culpable y se ve a Scottie bebiendo un vaso de whisky. Afortunadamente desde que se repuso en 1984 (tras bastantes años fuera de circulación por expreso deseo del director) siempre hemos visto el final en el campanario con un James Stewart con la mirada perdida habiendo perdido el vértigo y todo lo demás, impecable y genial final para  la que es para mí y para muchos  la mejor película de la historia del cine.

0 comentarios